Entrevista a Elisabet Vilella, Directora de Investigación del Hospital Universitari Institut Pere Mata

28 Jul 2025

El Hospital Universitari Institut Pere Mata es una entidad de referencia en salud mental en Cataluña, con una sólida trayectoria en investigación.


En esta entrevista hablamos con Elisabet Vilella, directora de investigación del hospital desde 2010.


Bióloga de formación y especializada en biomedicina, Elisabet ha centrado su carrera en estudiar las bases genéticas de los trastornos mentales, liderando actualmente el grupo de investigación “Genética y ambiente en psiquiatría”en el centro.



Buenos días Elisabet, cuéntanos brevemente tu trayectoria profesional desde que empezaste hasta que entraste en el Institut Pere Mata.


Ya en bachillerato decidí estudiar Biología, porque me apasionaba todo lo relacionado con esta área.

Con el tiempo, me fui dando cuenta de que lo que realmente me interesaba era la Biología Humana. Incluso llegué a plantearme estudiar Medicina, pero finalmente me decanté por Biología.


Estudié la carrera en la Universitat Autònoma de Barcelona y, al terminar, tenía claro que quería dedicarme a la investigación en Biomedicina.

Empecé el doctorado y realicé la tesis doctoral sobre enfermedades cardiovasculares, en lo que en aquel momento era el embrión de la futura Facultad de Medicina de la Universitat Rovira i Virgili, en Reus.

Después de doctorarme, realicé una etapa postdoctoral para seguir investigando sobre el metabolismo en enfermedades cardiovasculares.


Sin embargo, por motivos personales y porque en el Institut Pere Mata de Reus —donde existe un hospital psiquiátrico con una gran presencia— vi una oportunidad de iniciar una nueva línea de investigación en genética de enfermedades psiquiátricas.

Presenté la propuesta al hospital, fue aceptada, y poco a poco fui dejando el campo de las enfermedades cardiovasculares para empezar esta nueva etapa como investigadora en salud mental.


Desde 1995, no solo se ha consolidado mi contrato en el Institut Pere Mata, sino también la línea de investigación en genética psiquiátrica y el grupo que actualmente lidero.



Cuéntanos un poco cuáles son vuestros principales retos en la actualidad.


La psiquiatría –y en general la salud mental– tienen un papel muy importante en nuestras vidas. Siempre se ha sabido, pero quizás no se hablaba tanto de ello de forma abierta o socialmente generalizada.

¿Cómo podemos los humanos vivir bien si nuestro cerebro no está bien?


Que nuestro cerebro esté bien implica tener una cierta estabilidad emocional, en el comportamiento y en cómo funcionamos cada día.


Por un lado está el bienestar y, por el otro, la patología.


Cuando hablamos de patología del cerebro, entran en juego dos especialidades médicas: la neurología y la psiquiatría. Así que este reto no es solo de instituciones como el Institut Pere Mata, que se dedican exclusivamente a atender a personas con problemas psiquiátricos, sino que es un desafío global de toda la sociedad: entender mejor qué causa estas enfermedades, cómo podemos detectarlas, cómo diagnosticarlas, y cómo lograr que las personas que viven con ellas tengan una vida lo más autónoma y satisfactoria posible.


Desde la investigación y, bajando a algo más concreto, tenemos el gran reto de identificar las causas de estas enfermedades psiquiátricas.


A día de hoy, sabemos mucho más que hace cien años, pero seguimos lejos de entenderlas tan bien como otras enfermedades médicas. En muchas otras áreas de la medicina ya conocemos las moléculas implicadas, aplicamos técnicas de diagnóstico de alta precisión e incluso disponemos de fármacos muy eficaces y específicos.


En cambio, en psiquiatría es todo un poco más etéreo.


Aunque disponemos de tratamientos, en muchos casos son poco específicos y no funcionan igual en todos los pacientes.


Estamos ante un campo amplio, complejo y que requiere un esfuerzo muy exigente si queremos avanzar con rapidez: tanto en la identificación de causas como en el desarrollo de tratamientos, ya sean farmacológicos o no.

Además, la investigación debe incorporar nuevos métodos y herramientas. Y en ese sentido, tecnologías como las que desarrolla Qualud pueden jugar un papel clave, especialmente en la digitalización aplicada a la psiquiatría, un ámbito con mucho potencial por explorar.



¿Qué papel crees que juega la estrategia y la inversión en la investigación?


El progreso en investigación y conocimiento depende, en gran parte, de la inversión que lo respalde.

¿Por qué la psiquiatría va por detrás de otras disciplinas de la medicina?


Pues en gran parte, porque ha habido poca inversión. Sea inversión directa de empresas farmacéuticas –que tengan un cierto interés en desarrollar fármacos–; sea inversión indirecta a través de subvenciones de administraciones públicas procedentes de la Unión Europea, el Estado o la Generalitat de Catalunya… 


Este dinero está llegando ahora, pero claro, más tarde en comparación con otras disciplinas. Y esto, en parte, es debido a como las enfermedades psiquiátricas no solo eran desconocidas, sino que también había un estigma asociado, pues no se quería hablar de ellas.


Y si de algo no quieres hablar, no quieres investigar y tampoco arrastras este dinero serviría para investigar más.

 

También se tiene que tener en cuenta que el cerebro lo tenemos aquí arriba, encerrado, de difícil acceso; es un órgano extremadamente complejo y muy difícil de analizar. 

No puedes explorarlo directamente en una persona viva, ni puedes obtener una muestra para estudiarlo.


Todo esto ha hecho retrasar mucho la investigación de las enfermedades psiquiátricas. Sin embargo, ahora es el momento de aprovechar la coyuntura y decirles a los inversores –empresas públicas, privadas y administraciones– que, si no se invierte en la investigación, no avanzaremos y seguiremos perpetuando el problema de las enfermedades psiquiátricas.



¿Hay algún proyecto en el que hayáis colaborado con Qualud y que queráis destacar


Con los años y con la experiencia que hemos acumulado en diferentes proyectos, al final nos hemos dado cuenta de que dependemos mucho de la voluntad de los participantes, ya sean pacientes o personas sin diagnóstico psiquiátrico. 


Necesitamos que quieran participar voluntariamente en nuestros estudios.


Nosotros, como nos dedicamos sobre todo a identificar factores genéticos, la participación implica que el voluntario haga algunas pruebas, nos proporcione algunos datos, y casi siempre también supone recoger una muestra biológica. 

Normalmente es sangre, ya que necesitamos el material genético para después estudiar las variantes genéticas que nos interesan. 


Sin embargo, esta participación siempre ha sido bastante unilateral: desde nuestro interés como investigadores salimos a buscar participantes, ellos aceptan, participan en una visita —o en varias— y, a menudo, todo se termina ahí.


Como investigadores, nos cuesta hacer llegar los resultados a quienes han colaborado en el estudio. Y, al mismo tiempo, también les pasa a ellos: puede que hayan participado y tengan interés en saber cómo ha ido el proyecto, pero ya no saben cómo contactar con nosotros. 


Y ese primer vínculo, en muchos casos, se pierde.


Fue allí donde nuestro grupo tuvo la necesidad de desarrollar una plataforma que mejorara la comunicación entre los participantes en la investigación y los investigadores, y que hiciera que esta comunicación fuera mejor, más recíproca y más permanente en el tiempo.

Con ese interés en mente, y como socios del WeMind Cluster, comenzamos a buscar entre los miembros del clúster una empresa con el perfil adecuado para desarrollar tecnologías como aplicaciones o plataformas digitales. 


Fue entonces cuando apareció Qualud y, conjuntamente, impulsamos el proyecto VININ (Vinculación en la investigación). Gracias a una financiación del Ministerio, pudimos desarrollar una primera versión de la plataforma.


Nosotros seguimos muy interesados en poderla desarrollar. Incluso, tenemos identificados posibles aplicaciones, no más allá de nuestro grupo ya que hay instituciones que podrían estar interesadas.


Una vez más, hace falta un dinero, unos fondos que nos permitan acabar de desarrollarla. De hecho, estamos con Qualud trabajando en solicitar otra ayuda y conseguir esta versión dos de VININ y después poderla lanzar al mercado.



En relación a VININ, ¿qué retos te han parecido especialmente relevantes o dignos de mención?


Fue muy interesante desarrollar la primera fase del proyecto.


En ese momento hicimos una especie de estudio de mercado, con la participación de una empresa especializada en este tipo de análisis. Se realizaron entrevistas y grupos focales tanto con investigadores como con pacientes que habían participado previamente en nuestros proyectos —pacientes o controles, en realidad.


Por un lado, los investigadores mostraron cierto interés, aunque su respuesta fue bastante práctica: muchos decían que les parecía interesante, siempre y cuando no les supusiera más carga de trabajo. Lo que valoraban era que una herramienta así les agilizara procesos, no que los complicara.


Sin embargo, los pacientes —o mejor dicho, las personas que habían participado— nos aportaron ideas mucho más constructivas y optimistas. Valoraban muy positivamente la posibilidad de mantener un contacto más continuo con los investigadores, y consideraban muy importante poder acceder a los resultados de los estudios en los que habían colaborado. Incluso nos dieron propuestas muy concretas: por ejemplo, que la plataforma también pudiera servir para captar financiación, o para ofrecer apoyo a pacientes que lo necesiten.


Aportaron una lista muy valiosa de ideas, propuestas y mejoras. Fue realmente interesante. Y además, nos confirmaron algo que ya intuíamos: que los pacientes agradecen profundamente sentirse protagonistas del proceso. Participar en un estudio no debería ser algo puntual y pasivo, sino una experiencia donde ellos también puedan tener voz. Muchos de ellos incluso sugerían que la plataforma les permitiera proponer ideas para futuras investigaciones.


También fueron muy conscientes de que, dependiendo de la patología psiquiátrica y del grado de afectación, utilizar una herramienta digital puede ser más o menos accesible. En algunos casos, sobre todo con pacientes crónicos o en fases más graves, simplemente no tienen la motivación o la energía para encender el ordenador o conectarse a una plataforma. Lo último en lo que piensan es en eso.


Todo esto pone de manifiesto que existe una brecha digital en el ámbito de la salud mental, especialmente en los casos más graves. Y es algo que hay que tener en cuenta si realmente queremos incorporar más digitalización en psiquiatría. Los propios participantes nos dijeron que, si se quiere ir en esta dirección, será necesario acompañar a los pacientes en ese proceso: formarlos, darles soporte, sobre todo en las etapas iniciales.


Quizás los futuros adultos, las nuevas generaciones, ya estén más acostumbradas a usar el móvil u otras herramientas digitales. Pero ahora mismo hay una franja de edad que no tiene esa facilidad, y necesitaría ayuda. La brecha digital en algunos sectores es, sin duda, un reto importante.



Con la llegada de la inteligencia artificial puede volverse aún mayor. No se trata solo de reducir la brecha digital, sino también de evitar que ciertas personas –o incluso colectivos enteros– se queden desfasados en el uso de herramientas.

Si a nosotros ya nos cuesta mantenernos al día… No quiero ni imaginar lo que puede suponer esto para personas que están fuera del circuito o que tienen más dificultades de acceso.

Claro, hay que tener en cuenta que una persona con un diagnóstico psiquiátrico grave tiene un cerebro que, realmente, está muy afectado. Puede presentar problemas cognitivos importantes: le cuesta más procesar, asociar ideas, tomar decisiones… su funcionamiento cerebral va más lento.


Y si, además, a esto le sumamos una falta de motivación o un estado depresivo, está claro que todo se complica aún más.


Como sociedad, tenemos que estar muy atentos y ser conscientes de esta realidad. Tenemos una doble responsabilidad: por un lado, no podemos dejar de adaptarnos e incorporar nuevas tecnologías; pero, por otro, debemos asegurarnos de que esa evolución no deje atrás a una parte de la población.


No podemos permitir que la brecha digital se haga más grande, ni que haya personas que queden totalmente descolgadas del sistema por no poder seguir el ritmo.


No te pierdas nuestro artículo sobre el impacto positivo de la inteligencia artificial en los sistemas sanitarios.



En tanto que reto, está claro que el proyecto VININ plantea desafíos importantes. ¿Qué resultados podéis compartir hasta el momento en esta primera fase?


Sí, bueno, hicimos un pequeño piloto y la verdad es que se le ve potencial.
No son resultados que estén publicados ni formalizados, pero sí nos sirvieron para detectar ciertas limitaciones, tanto desde el punto de vista de los investigadores como desde el de los participantes en la investigación.


Identificamos varios puntos a mejorar en esta primera versión. Al final, a todos nos gusta que las herramientas sean fáciles, prácticas, visuales e interactivas. Y esta primera versión todavía era un poco estática. Pero apunta maneras; realmente creemos que puede ser muy interesante.


Aunque iniciamos VININ dentro del entorno de la psiquiatría, creemos que es perfectamente ampliable a cualquier ámbito de la investigación biomédica.


Y además –no sé si vosotros lo vivís también–, cada vez más las entidades financiadoras de investigación nos piden que incorporemos la voz de los pacientes o de las personas afectadas.

Y esta plataforma va totalmente en esa línea. Está 100 % alineada con ese objetivo.



Está bien poner al paciente en el centro y escucharlo, pero ¿realmente podemos implementar todo lo que nos dice? A menudo hablamos del “paciente en el centro”, pero no siempre logramos traducirlo en mejoras reales.


Igual que con la idea de incorporar al paciente en todos los procesos —algo que ya venimos trabajando desde hace años—, en nuestro caso contamos con la participación de pacientes o representantes de asociaciones en la comisión de investigación.


Además, recientemente hemos creado un pequeño grupo de trabajo con pacientes que nos ayudan, por ejemplo, a redactar informes de investigación y otras tareas similares.


Pero claro, cuando hablamos de pacientes con diagnóstico psiquiátrico, el reto es mayor. Es difícil y puede llegar a ser muy complejo trabajar con ellos. Y ellos mismos lo saben: hay momentos en los que están bien y pueden aportar muchísimo, y otros en los que no están en condiciones y no se dan cuenta. A veces intentan colaborar, pero sin querer acaban generando bloqueos o dificultades en el proceso.


No es fácil. Es un camino que hay que recorrer, pero que requiere mucha flexibilidad y comprensión por ambas partes.



¿Qué retos ves de cara al futuro en relación con los abordajes que estáis trabajando, no solo desde el proyecto VININ, sino también dentro de la institución en general?


Supongo que es algo que nos pasa a nosotros, pero que también ocurre en el entorno asistencial en general: todo va muy ajustado, tanto en presupuestos como en tiempos. Faltan profesionales, todo el mundo está centrado en su día a día, con agendas llenas…Y claro, cuando se trata de innovar, eso implica parar, reflexionar, pensar: “Estamos aquí, pero deberíamos ir hacia allá ¿Cómo lo hacemos? ¿Con quién nos asociamos? ¿De qué forma lo planteamos?”.


Y todo esto pasa dentro de un sistema que funciona bajo la lógica del “siempre se ha hecho así”, donde apenas hay espacio para sentarse y replantear, es muy difícil. Incorporar la innovación dentro del sistema sanitario no es fácil.


Casi siempre –y creo que desde fuera se percibe aún con más claridad–, la innovación surge de personas concretas, motivadas. A menudo no es algo que venga de arriba. No llega como una instrucción institucional de “vamos a innovar”.


Normalmente, es alguien que está dentro del sistema, dentro de un servicio, y que tiene esa motivación. Alguien que lo ve claro, que le dedica horas, que empuja… y a partir de ahí nace un proyecto. Un proyecto que, con el tiempo, puede crecer, consolidarse y acabar siendo asumido por toda la institución.


Pero eso pasa pocas veces. Es lo que debería ocurrir más, pero no es lo habitual. Porque como decía, innovar dentro del sistema sigue siendo muy difícil.



Si nos referimos a las dificultades para innovar en el sistema asistencial, nos lleva a pensar en este cambio de paradigma:

¿Cómo cuidamos hoy? ¿Y cómo se integra la tecnología en ese modelo de cuidados, más allá del ámbito psiquiátrico?

¿Crees que las instituciones públicas y los proyectos de innovación están teniendo en cuenta esta realidad? ¿Qué papel puede jugar la tecnología?


Sí, creo que como todo esto es tan nuevo, tanto las administraciones como las empresas, e incluso nosotros a nivel individual, estamos dándonos cuenta –casi sobre la marcha– de lo complejo que es incorporar todas estas herramientas digitales e innovaciones.


Somos una sociedad cada vez más compleja, y eso también influye. Me imagino que, hace doscientos años, alguien decidía que por un lugar pasaría una vía de tren y se hacía, se tomaban unas pocas decisiones… y ya. Hoy, en cambio, las decisiones se toman dentro de sistemas mucho más amplios, con muchos más actores implicados. Y, por suerte, también con una ciudadanía que tiene más voz.

Antes el ciudadano simplemente recibía lo que se le ofrecía. Ahora no. Incluso a través del uso que hacemos de las propias herramientas tecnológicas estamos condicionando si algo se perpetúa o no.

Tú lo comentabas antes con la inteligencia artificial: al final, somos nosotros quienes la alimentamos con nuestras decisiones y hábitos. Y eso también marca el rumbo.


Personalmente, confío mucho en la humanidad —aunque pueda parecer ingenuo—. Creo que es algo que tiene base en la propia biología: en ecología estudiamos cómo los sistemas se autorregulan. A veces se disparan, pero con el tiempo tienden a recuperar el equilibrio. Lo mismo pienso a escala social: aunque vayamos por caminos difíciles, creo que tenemos capacidad de autorregulación.


Y confío en que, a medida que avancemos, sepamos incorporar la innovación de manera que sea beneficiosa para todos. Algunas tecnologías desaparecerán, otras evolucionarán, y muchas se integrarán teniendo en cuenta a los grupos más vulnerables o a las personas en situaciones vitales más complejas.


No es lo mismo un niño, una persona mayor, o alguien con una enfermedad crónica. Y tampoco lo es una mujer que, como decías, se encuentra cuidando tanto de sus hijos como de sus padres. Aunque ojalá llegue el momento en el que ni siquiera tengamos que decir eso de “la mujer que cuida”. Porque deberíamos cuidar todos: hombres, mujeres, hijos, hermanos… todos.


Ojalá esa innovación también llegue al reparto del cuidado. Porque eso sí que sería un cambio profundo.



¿Tienes algún otro proyecto en mente que te gustaría resaltar, aunque no sea en colaboración con Qualud?


Actualmente estoy coordinando un proyecto financiado por el Ministerio, dentro de la convocatoria de proyectos de medicina personalizada. Es un proyecto que busca avanzar en el diagnóstico de determinados trastornos psiquiátricos, especialmente aquellos que sabemos que están causados por variantes genéticas concretas.


Es un proyecto importante, en el que participan 17 grupos de investigación de todo el país. Su objetivo principal es implementar una herramienta de cribado que permita detectar, entre los pacientes con diagnóstico psiquiátrico, aquellos cuya enfermedad tiene probablemente una causa genética.


De este proyecto esperamos obtener resultados interesantes. Y, aunque aún es pronto y no hay nada definido, existe la posibilidad de que esa herramienta de cribado dé lugar a un desarrollo posterior. Por ejemplo, una tecnología de soporte al diagnóstico clínico que se alimente de distintos tipos de datos.


Y quién sabe, si realmente funciona —y yo confío en que sí—, puede que en un futuro eso se convierta en un desarrollo tecnológico más amplio… incluso en algo que se podría trabajar en colaboración con Qualud.




Sigue explorando sobre la salud mental con la entrevista a Marta Sánchez Bret, directora de WeMind Cluster.


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